“El que quiere ser obedecido debe saber mandar”
Nicolás Maquiavelo
Saber mandar en el siglo XXI no es cuestión de infundir el miedo que literalmente imperaba en el siglo XVI y ser obedecido tampoco responde a los mismos criterios que se usaron en el pasado. Entenderlo implica conocer un poco mejor la evolución histórica de la política.
“Ser obedecido” y “saber mandar” en el siglo XVI implicaba la coexistencia de regímenes absolutos que lograban el mandato por derecho divino, en prácticamente toda Europa (salvo las repúblicas independientes italianas) que infundían el miedo en sus poblaciones para ejercer el poder; hacían la guerra a otros reinos para mostrar supremacía, es decir, un “saber mandar” distinto pero “saber mandar” a fin de cuentas. Los cuatro grandes reinos absolutistas (Francia, Inglaterra España y Portugal), dan cuenta de ello.
En nuestro tiempo, la realidad política adquiere matices distintos, pues la herencia que hemos alcanzado en el mundo occidental está compuesta por autoridades electas en sistemas democráticos (al menos en buena parte de los casos), y las formas de “saber mandar” o “ser obedecido” también son distintas.
Dependiendo del sistema jurídico-normativo, que limita el accionar de los gobiernos, de las políticas públicas que pretenda ejecutar y de la multiplicidad de actores que gravitan alrededor del territorio, cada gobierno o autoridad electa tendrá una capacidad de maniobra.
Sin embargo, hay algo de lo que no puede (ni debe) olvidarse ninguna autoridad que ha sido elegida democráticamente: la sistematización operativa, normativa y comunicacional de consensos entre esa multiplicidad de actores que, en el siglo XXI, son tan o más fuertes que los gobiernos.
¿Qué queremos decir con ello?
Básicamente que toda comunicación de gobierno que pretenda ser conocida como proyecto de largo alcance debe constituirse en un relato, también de largo alcance, tomando en consideración esa multiplicidad de actores; dicho de otro modo, la constitución de esos proyectos de país de largo alcance se logra en la medida en que sus protagonistas sociales son capaces de mirarse en los consensos.
Esta tesis sostenida por algunos consultores, entre ellos Mario Riorda, destaca la importancia que tiene el establecimiento de consensos desde los gobiernos para generar estabilidad, prosperidad y bienestar en la ciudadanía.
Un gobierno que pretenda gestionar su accionar sobre la base del juego suma cero, en el que intenta ganar todo mientras todos los demás pierden, podrá cosechar algunos éxitos temporales, pero en esta época los proyectos políticos de larga tradición se han sustentado sobre la base de algunos arreglos de convivencia entre distintos sectores de la sociedad que han impulsado dichos consensos para dar perdurabilidad a proyectos más democráticos y sostenibles.
Respecto a ello, dos pactos se colocarán de ejemplos para que se vislumbre con mayor claridad, lo que puede significar “saber gobernar” en esta época y descarta un juego de suma cero.
El Pacto de Punto Fijo- Venezuela (1958)
Como Pacto de Punto Fijo, se conoció al gran acuerdo nacional que firmaron tres partidos políticos venezolanos (Acción Democrática, Social Cristiano Copei y Unión Republicana Democrática) y otros sectores de la sociedad, tras la caída de la Dictadura Militar del General Marcos Pérez Jiménez y antes de que se produjeran elecciones.
En Venezuela, se derrocó a Marcos Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958 y tras una larga era de tradición militarista en todo el siglo XIX y buena parte del XX, la sociedad, los políticos y una serie de instituciones lograron establecer una serie de consensos de los que surgió la mayor época de estabilidad política, crecimiento económico y bienestar social que se mantuvo por al menos cuarenta años
Los Pactos de la Moncloa-España (1977)
En el contexto español, Los Pactos de la Moncloa fueron dos grandes acuerdos que firmaron organizaciones políticas, sectores sindicales y empresariales, luego de la muerte de Francisco Franco y cuatro meses después de producirse las elecciones en las que resultó ganador Adolfo Suárez.
El panorama es preciso, entre otras cosas revela los miedos de una sociedad que no deseaba entrar en una guerra civil tras los demonios desatados por el dictador. La transición se fue produciendo en una sociedad que “sin darse cuenta” iba modernizándose a medida que Franco pasaba sus últimos años.
En ese sentido, los pactos de la Moncloa otorgaron a España la mayor suma de estabilidad política, progreso económico y bienestar social que hubiera conocido, pues estamos hablando de una sociedad que pudo ponerse de acuerdo en torno a objetivos comunes y que hoy, tiene aproximadamente cuarenta años de estabilidad, es decir, una democracia que no ha sufrido grandes sobresaltos desde su instauración en 1978.
Ambos casos, pueden ser reflejo y ejemplo de sociedades que se han puesto de acuerdo y han logrado el objetivo que se plantean: el mayor bienestar posible para sus ciudadanos.
¿Qué pasa cuando ocurre lo contrario?
Cuando en medio de sistemas democráticos se decide “saber mandar” de otra forma, como jugar al suma cero a través de mecanismos coercitivos de dominación y de control institucional, terminan ocurriendo verdaderos retrocesos en la sociedad, tanto en estabilidad política, como en la prosperidad económica y el bienestar social.
Existe una larga tradición en América Latina que da cuenta de ello pues casi todos los países de la región han atravesado largos periodos de inestabilidad que generaron graves heridas sociales que son complejas de sanar.
Es posible asumir estilos de gobierno en donde las complejidades de los diversos actores que gravitan alrededor puedan tomarse en consideración sin perder legitimidad ni autoridad.
Podrá ser “más rentable” electoralmente la confrontación y la construcción de los relatos de los buenos versus los malos (Trump, López Obrador, Bolsonaro, Chávez, Morales); sin embargo, persistir en gobiernos que apuntalen el diálogo (procedimental y comunicacionalmente hablando) será siempre más productivo a largo plazo si lo que se desea es construir prosperidad para los ciudadanos.
¿Cómo hacerlo?
En primer lugar, el gobernante debe privilegiarse de estar rodeado por un equipo de profesionales altamente capacitado. En todos los ámbitos, en el de las políticas públicas y en el de comunicaciones. A ese respecto debe haber periodistas, politólogos, sociólogos y diversos profesionales de las ciencias sociales, porque será en equipo en el que la estrategia comunicacional (ahora en el gobierno) debe diferenciarse de la que hizo en campaña electoral.
En segundo lugar, entienda que ya no está en campaña electoral. Es decir, la estrategia que le llevó a ganar el poder debe quedar en el pasado.
Su estrategia comunicacional en gobierno debe apuntar en un objetivo fundamental: aplicar la gestión más positiva y dialogante que genere como consecuencia la prosperidad de la sociedad.
Asimismo, por si fuera poco, debe establecer los puentes necesarios para que otros actores que no están en el gobierno se sientan efectivamente representados, pues usted ahora gobierna un territorio completo, tanto a los que le votaron como a los que no.
En tercer lugar, debe establecer el diálogo permanente. En ese sentido, ha afirmado la consultora Gil Castillo que una campaña constante significa un diálogo abierto y franco con la sociedad en su conjunto para no mantener el discurso de campaña todo el tiempo, recuerde que ya se dijo que la campaña electoral está en el pasado.
En ese diálogo permanente, conserve la iniciativa, lleve la agenda de los temas, la narrativa; cuente su historia, pero hágalo bien (con respeto, sin falsedades y llena de emocionalidad).
En cuarto lugar, prevenga las crisis. Mauricio De Vengoechea afirma en 7 Herramientas para apagar una crisis de gobierno que, tras su experiencia en diversas campañas electorales y asesoramiento de gobiernos, un altísimo porcentaje de estas situaciones se generan precisamente porque los gobiernos una vez instalados, no aportan un diagnóstico apropiado y no previenen situaciones dilemáticas que irremediablemente desembocan en la crisis. La mayoría de las mismas, según el consultor, pueden evitarse y no atajarse pues suelen dejar a los gobiernos muy golpeados.
En quinto lugar, Hágale un favor a la democracia. Cada país tiene su legislación en materia política electoral. Algunos países como Estados Unidos, Brasil, Canadá y Ecuador permiten la reelección inmediata, más no la indefinida. Países como Chile y Uruguay no contemplan esta característica, pero permiten la reelección de una persona más de una vez, siempre y cuando esta no sea consecutiva.
También hay países como Colombia y México que prohíben la reelección en cualquiera de sus formas, y naciones como Cuba, Nicaragua y Venezuela, que permiten la reelección indefinida.
Este último grupo de países tiene a sus sociedades gravísimos problemas de todo orden, políticos, económicos y sociales, en tanto que no contribuyen a una forma democrática del ejercicio del poder y mucho menos una comunicación de gobierno que busque los consensos. Todo lo contrario, buscando la confrontación han diezmado la democracia y llevado a sus sociedades por caminos muy complejos.
En ese sentido, el punto quinto al que se hace mención es muy personal. Las leyes pueden permitir cierto tipo de reelección en los mandatos presidenciales, pero el camino de la indefinida, y los que la proponen, es precisamente el que la gran mayoría de países ha evitado.
A manera de conclusión
Construir relatos de gobierno para fortalecer la democracia y no para doblegarla no es una tarea complicada: las banderas de la esperanza, de la concordia y el reencuentro son posibles en cualquier tipo de ideología en el espectro político, salvo que ésta no se vaya a los extremos.
Construir un relato perdurable, que atienda vaya a los ciudadanos, con consensos de por medio, que busque la prosperidad y la estabilidad, es posible atendiendo algunos criterios y ejemplos ya mencionados, pues las sociedades que transitaron (y transitan) por esos caminos, son más homogéneas y más prósperas.